lunes, 13 de julio de 2009

Un sueño imposible cada domingo

(julio de 2009) Si no voy al estadio, veo por tv los resúmenes y partidos de Emelec cada domingo, ansiando que la victoria sea nuestra otra vez, esperando que tan sólo con cambiar el marcador, toda la vida se detenga y no siga sucediendo lo inevitable, como el lunes o las guerras.

Y aunque cada año mucha gente empieza a agredir más al otro, tomándose personalmente sus egoísmos o complejos alrededor de banderas, colores y logros; a pesar de que cada vez exista más prensa-hinchada y televisión futbolizada para tormento de quienes no siguen al balón, aunque exista la sinrazón de respaldar lo efímero como la vida de estadio y el fútbol en directo; a pesar de todo, asimilo el grito de gol como una promesa de alegría contenida y una muestra fidedigna de la necesidad de la metáfora y los sueños en nuestras vidas.

No es que el fútbol sea la resolución de todos nuestros conflictos, sabemos que tan sólo es una pausa, una parada en la ruta de la vida urbana y que llega a poseer características algo alienantes en sus formatos más acabados como un mundial o una final internacional de clubes. Qué poco conocemos de nuestros tiempos cuando denegamos la importancia del fútbol o las tele-novelas, estas cosas demarcan (muestran) facetas de nuestras vidas, denotan la necesidad del drama y la casi inevitable obesesión, el amor sin frontera, y casi siempre, a pesar de todo. Es un drama mundial, un deporte que hereda su simplicidad a la complejedidad emocional y cultural de la población que abarrota las gradas.

Emelec para mi es una forma de estar y no estar aquí, no hay excusa para admitir que también soy parte de todo y todos como cualquiera; desde el zapatero hasta el cobrador de buses, del ejecutivo de ventas que va a palco hasta el adicto violentizado que se acuna en el corazón del bombo en la barra de general.

Los de la otra vereda vemos el fulgor brillante de las copas y sacamos lustre a lo poco o nada que se ha logrado en los últimos 10, 20 o 50 años quizás; la envidia se revierte en formas impensables. En el trabajo, en las aulas, en el hogar, en la prensa, en la política. Todos toman su lugar e inclusive su sitio de dura crítica (y mucho arribismo), demostrándonos con claridad lo banal que coexiste con el fútbol, y con la vida acaso.
Pero aun así no les creemos, el fútbol une a mucha gente que no posee esperanzas de lunes a viernes, y cada domingo retoma un aliento a partir del desaliento o el éxtasis, aunque este no sea el único camino, ni el más preferido tampoco.

Emelec no ha conseguido nada en estos últimos 7 años, no ha podido levantar una sola copa y sin embargo su gente lo sigue acompañando. Una locura que no tiene sentido y que sólo se la puede explicar desde aspectos anímicos e históricos, desde los milagros, desde la entrega, el aguante, la derrota; se lo explica desde esas leyendas que metieron goles y los evitaron, desde esos atletas que escribieron hojas inolvidables en las memorias emocionales de los seguidores azules que muchas veces se fueron arrastrando la bandera desde el estadio a casa; y no muchas menos, se fueron gritando, embriagados de alegría por las glorias de un día.

Emelec no ha conseguido nada hasta ahora, y eso es lo que más nos anima, lo que más nos incentiva. La vitrina de copas azul se ha quedado quieta, con un candado envejecido, con historias avivadas por letanías, unas cuántas copas locales, sueños y nada más. Sin embargo el apoyo de sus hinchas está intacto.



Emelec no ha ganado nada, y eso es lo que más nos ilusiona y nos hace creer en algo no tan importante, nos hace creer en el domingo que arrebatamos a quienes creen en nosotros, pero no tanto en el fútbol.