jueves, 21 de agosto de 2008

“LA ZONA” – QUITO: decepción en prosa

Las calles se mojan y se vuelven a secar, el humo se mezcla con los alardes de diversión de la “zona”. La gente va y viene, algunos con el sueño del turista local y la ilusión del extranjero, otros van con la fantasía de la re-apropiación instantánea. La cerveza es la misma, lo que aparentemente se venden son los interiores de los locales, forrados de objetos aviejados y novísimas estatuas de vanguardismo, grandes estanterías y espectaculares bares metalizados con pantallas gigantes y parlantes nítidos para afrontar las multitudes.

Todos los nuevos colores por las mismas calles; se renuevan las ganas con el exceso y las aspiraciones de una diversión que nos lleve a una cumbre definitiva, que posiblemente nunca se dará. Aquí están las listas de peticiones, membretadas para cada uno, luchando por la individualidad dentro de la generalidad. Individualidades grupales, las nuevas culturas juveniles con su singularidad de relato, colores e ideas para el mundo.

Los bares, los locales, los hostales, las esquinas de venta, las licorerías, estuvieron conformando un sitio de desfogue, un lugar a donde podamos escapar de la linealidad de las oficinas y los horarios, de los autos y los semáforos. Las aulas se quedan más vacías los viernes, despojadas violentamente de las presencias transformadas en entes de búsqueda mediante los antídotos propuestos en las estéticas del bar de moda. Una ingeniería revuelta entre publicidad y necesidades satisfechas, arcas de dinero con síntomas de metamorfosis. En la ciudad ayer se erigieron edificios angulosos y redondos, los nuevos dueños les cambian de nombre, de color, de tapetes, de gente, de show.

Ese aire de distinción absurda, pues convive con la miseria de la ciudad, realza su ubicación y sus contradicciones sociales.

Las vertientes de autos y buses a las horas de la tarde de cualquier día, mezclan la semblanza del diálogo simple de una “caída de amigos” o una cita para bailar un ritmo de moda. Pero aun es más; es derroche, exceso, encuentro, afición, erotismo urbano. Materialidad o no, las modas se entremezclan de una u otra manera, la noche hace más vistosas las diferencias, los golpes, la delincuencia, los desencuentros.

Cada parlante de cada bar exhibe su variante. Cada dos cuadras jazz, rock, bosanova y más arriba reggaeton. Un bar de rockeros extremos, 40 improvizados, 100 borrachos, 6 asustados, mucho humo de todo, prostitutas y cuidadores, chicos y chicas, parejas enamoradas, encontrones, cerveza hasta las veredas, luchas tribales.

Las microhistorias de tantas variantes de librepensadores, pescadores de la oportunidad, melancolía y moda a ultranza; tantas enumeraciones para miles de poemas y notas periodísticas y materiales para todos.

La diversidad de ambientes y significaciones, hace de “la zona” una especie de torre de Babel aplanada por la exigencia de la ciudad. Un lienzo abierto en expansión, un ensayo que se escribe en grafiti y canciones tarareadas en las barras de los bares. Del reggaetón al rock clásico, del punk al hardcore, desde las 3pm hasta las 6am, del blanco al negro, de día y de noche. 

Una coreografía informe y organizada por la admisión en codigofagía de las nuevas expresiones juveniles, una suerte de represalias generacionales embestidas de rock. Se allanan las fronteras -en parte- para la traducción comercial de las ideas. 

Los prejuicios, la pobreza, el arte, el placer y la moda.